miércoles, 1 de diciembre de 2010

Lo que ocurrió anoche a orillas del lago (Parte I)


Un día soleado, Silvestre despertó de un profundo sueño con un agudo dolor en su cara. Abrió los con dificultad los ojos y corrió las frazadas que le cubrían. Se puso de pie y semidesnudo caminó hacia la ducha para liberarse de una jaqueca insoportable y para luego inspeccionar su cara y saber por qué sentía ese desesperante dolor en su rostro.
Dejó caer el chorro de agua sobre su cuerpo y comenzó a tararear la canción “Outsider” que recordaba haber escuchado hace poco en algún lugar. Después de cinco minutos cerró la llave, y tomó una toalla para secarse. Avanzó lentamente hacia el lavabo donde se encontraba el espejo y acercó su cabeza hacia el espejo para a observar detenidamente sus mejillas. No había nada extraño, ningún corte, tampoco quemaduras ni acné, pero de pronto al alejarse del espejo, contempló la escalofriante sorpresa que le tenía preparada aquella soleada mañana de sábado:
<<Él no era él. >>
El tono bronceado característico de su tez, había sido reemplazado por un color pálido que bordeaba al amarillo. Su garganta se inflamó y los músculos de su cuello se tensaron al punto de casi salir disparados con la potencia de un proyectil. Su corazón se aceleró y parecía que en cualquier momento se frenaría en seco y acabaría con su vida.
La desesperación y la impresión fueron mayores que su grandioso coraje y sus piernas no resistieron la presión de aquel perturbarte momento y se desplomó, azotando su cabeza contra la puerta del baño. Se palpó frenéticamente  la cara, ignorando las gruesas lágrimas que recorrían sus pómulos. Su sorpresa fue mayor al observar sus manos y descubrir que ahora estaban completamente delgadas y finas como las de una mujer; su cabello largo característico de un joven al que no le gusta recibir órdenes, también estaba distinto: antes era liso y largo, ahora estaba corto y sus pelos salían disparados en todas direcciones; sus ojos ahora eran más delgados y se parecían a los de algún japonés.
-¡Oh dios! –Gritó al ponerse de pie y volver a mirarse al espejo.
Recordó de pronto cuando era un pequeño niño y salió de compras escolares de muy mala gana con su madre. Después de que esta fuera por unos zapatos, el pequeño silvestre se perdió por más de dos horas en el centro comercial. Minutos antes de separarse de su mamá, estaba maldiciéndole, pero al momento de extender sus brazos y dejar que aquel perfume de canela le envolviese en un emocionante apretón, olvidó cualquier problema tedioso con su ella. Y ahora que se veía rodeado de todo ese misterio y pánico, lo que más deseaba era volver el tiempo y regresar a aquellos brazos protectores.
De pronto una voz áspera y seca retumbó en sus oídos. Era su padre, un viejo duro e inflexible y con una tendencia extrema hacia el rigor, la dictadura, el racismo y que aún conservaba un rifle dentro del armario para “la seguridad”. Ahora ese hombre rudo y frío gritaba y golpeaba la puerta de su habitación con la misma brutalidad con la que asesinaba comunistas cuando era policía.
<< ¡Mierda, él no me puede ver así!>>, pensó.
Con todo lo difícil y espeluznante que resultaba la situación, no tuvo tiempo de pensar en un buen plan y con prisa carraspeó y murmuró algo en voz casi inaudible para afinar su garganta.
-¡Tranquilo papá! –Gritó con fuerza mientras volvía a mirarse en el espejo sin aún creer lo que estaba viviendo.
-¿Cómo mierda esperas que esté tranquilo si te oí lloriquear? –Gritó desde afuera de la habitación con la frialdad a la que Silvestre temía.
-¡Sólo me corte con la afeitadora, eso es todo… nada grave!
<<Mierda… ¿Qué puedo hacer?>>, pensó preocupado y a punto de volver a llorar.
-¿Seguro? –Gritó nuevamente su padre después de unos segundos.
-¡Sí! –Respondió con un último esfuerzo, antes de llorar.
<<Estoy muerto. Él no puede verme así. ¿Cómo mierda ha pasado? No recuerdo nada de lo ocurrido ¿Por qué mierda estoy así? ¿Qué carajos me pasó?>>, pensó alterado. De pronto su mente y cuerpo no resistieron la carga emocional y se desplomó. Se hubiese quebrado todos los dientes frontales de no ser porque en su último estado de conciencia logró anteponer sus manos contra el suelo.
<< ¿Estás recordando? Sí, creo que comienzo a recordar>>.