Estás sentada
sin saber que al observarte me siento temeroso como un hombre primitivo ante el
fuego, aunque trato de ocultarlo con mi cara de nada.
El fierro
suda en mis manos y el calor satura mi cabeza. Cambio de mano y de paso la
canción.
Otro
pasajero.
Dejas la
panorámica que te ofrece la ventana y diriges tu vista hacia adelante, hacia mí
(o por lo menos eso intento creer) y entonces ocurre aquel acontecimiento del
que estoy comenzando a hacerme adicto: mantenemos contacto visual por una
milésima de segundo antes de que bajes la vista, agarres el mechón de cabello
que cae por tu cara y lo peines hacia atrás llevando tu mirada nuevamente al
vidrio.
Yo miro
arriba y abajo tratando de hacerme el interesante, pero no. Supongo que no
sabes ni mi nombre. Así es la vida.
El tiempo
avanza y sigues escapándote a las 13:45 por la puerta trasera demostrándome que
ni siquiera soy un obstáculo cotidiano al que tienes que empujar para ganarle
el asiento.
Soy solo un
pensamiento que entra sin tu autorización a tu cabeza y juega por un momento a
vivir una historia fantástica y casi imposible para luego salir disparado ante
razones que son y que, probablemente, serán un misterio hasta el final de mis
días.
Estás afuera
esperando a cruzar mientras continúo observándote desde el interior, buscando
tu respuesta y aunque sé que nunca me la darás… estoy tranquilo ya que puedo
estar seguro de que al día siguiente volverás a subir y sentiré el placer de
que nuestras miradas se crucen.
Cambio de
mano y de paso la canción.