martes, 1 de febrero de 2011

Sueños


Calle larga, día soleado. Calor, no bajo la sombra del árbol de jacarandá. Una banca deteriorada. Tierra y un perro ladrando. Los autos pasan a gran velocidad, una vieja observando todo, un gato inmóvil. La panadería, una bicicleta solitaria. Dos jóvenes abrazados en la banca: Rodrigo e Ignacia. Ambos se miran entre si y no se percatan de lo que sucede a su lado. Viven su momento. De espalda a ellos sentado en la misma banca, Francisco. Mira el suelo y se despeina para luego volverse a peinar. Mirándole está Barbará, a mi lado derecho. Yo, de pié en la banca esperando a que el perro negro ladre otra vez. A mi izquierda, Elisa mirando de lado a lado y agitando su cabello.
El perro no ladró y el gato siguió inmóvil. Bárbara tomó mi brazo, me asusté y con mi mano toqué a Elisa en la cabeza.
-¿Por qué lo hiciste? –Preguntó ella.
-Disculpa, fue sin querer. –Respondí.
Ella me miró, y yo la miré pero desvié la vista luego de un rato.
-Tonto. –Dijo.
La miré fijamente, y repitió lo que había dicho una y otra vez. Bárbara la empujó y ella se calló. Se miraron. Tensión. Empujones. << ¿Te duele cierto?>>, preguntaba Bárbara <<Es más alto ahora>>. La furia en sus ojos, la mano en alto y la disposición a hacer algo que no quería.
La detuve. Me miró. El perro ladró. El gato se puso a correr.

La música rápida. Una superestrella, la playa. Arena, gente y Lars Frederiksen en un camino de tierra habla conmigo. Cuenta su historia.
Un lugar con gente, pero todos lo dejan, todos corren a sus casas. Yo trato de subir, pero no puedo moverme, hay una pared invisible.
Un camino, una opción difícil de seguir. No puedo subir, me resbalo con pequeñas piedras. Aparece un tipo de negro de entre los árboles, me ayuda a subir. Le agradezco y mientras lo hago el perro ladra y el gato se pone a correr.

Sueños.