Le fui
infiel a Alicia. Siendo sincero, solo creo haberlo hecho. Siendo más sincero,
no sé. No recuerdo muchas cosas, tampoco entiendo lo que está sucediendo ni
mucho menos donde me llevan. No entiendo nada de nada.
Malditas pastillas.
Luces y postes se meten a toda velocidad por mis ojos (a pesar insistir en
mantenerlos cerrados) y recorren hasta el último rincón de mis nervios. Mis brazos
parecen quemarse pero no es más que una ilusión provocada por quizá que cosa; oigo
murmullos, muchos murmullos, algunos se escuchan demasiado lejos, otros
demasiado cerca, balanceándose entre mis dos orejas; sobre mi sien descansa una
mano la cual me acaricia a ratos; un rugido constante me mantiene algo
consiente, sin embargo no puedo moverme ni respirar por la nariz; hay una
canción de fondo para toda esta escena: un ritmo tranquilo, una guitarra hawaiana y una voz desgarradora; de mi boca emana sangre o saliva a borbotones. Quizás el Pedro me violó.
La verdad es que el Pedro ni siquiera fue a la fiesta, de hecho no
conozco a ningún Pedro, ¿O sí?
Creo que engañé a Alicia con una chica de pelo negro muy bonita. No sé
qué edad tiene (o tenía), de sus orígenes, ni siquiera se su nombre, pero estoy
seguro de haber compartido con ella en algún momento de mi vida. Quizá es su
mano la que descansa ahora sobre mi cabeza, la misma mano que hace unas horas recorría mi cuerpo.
Tengo una horrible sensación de desagrado contra mí mismo, sin embargo, me
siento completo, realizado. Podría morir tranquilo pero no, primero debo averiguar
dentro de mis recuerdos lo que ocurrió con mi cuerpo y mente durante las cuatro horas de mi vida que estuve encerrado en esa casa.
Creo que eran alrededor de las 11 de la noche cuando salí a la calle junto al Seba,
yo muy abrigado mientras que él vestía un chaleco precariamente delgado. De
nuestras bocas salía vapor, nuestras manos se apuñaban dentro de los bolsillos
y la conversación era escasa. Íbamos con mucho copete en el cuerpo, aún así caminábamos
de lo más normal y sorteábamos los obstáculos que nos ofrecía la ciudad.
No se de quien era la fiesta, ni tampoco cuanto nos demoramos en subir el
empinado callejón (atajo) por el que llegamos allí, de lo que estoy seguro es que era una
casa muy pequeña y estaba repleta de gente y por lo tanto, de toda la fauna posible. El Seba me dijo “de aquí no salimos limpios”, haciendo referencia a unos cuantos tipos parados en la vereda del frente con quienes habíamos tenido
roces dos semanas atrás. Por un microsegundo me preocupé al ver su cara de
conflicto, pero de la nada se nos cruzó la Javiera, su mina y se alejaron de mí tras dos minutos de conversación. No sé qué ocurrió con él, le perdí la pista toda la noche. A mi mente
viene el recuerdo de verlo tendido en el suelo, pero a estas
alturas las imágenes difusas, de modo que no sé qué es real
o qué es fruto de mi macabra imaginación. Si sobrevivo me gustaría visitarlo.
A las 11:52 (lo recuerdo porque miré la hora en un extraño
reloj situado en la cocina, antes de que desapareciera) comencé a tomar ron
(creo que era ron) de la botella y a recorrer la casa. Un aire lúgubre revestía
las paredes, lo cual me asustaba y potenciaba la naciente idea de volver al antejardín para estar más seguro, pero al abrir puerta tras puerta buscando el baño, mi angustia se transformaba en incomodidad al sorprender a parejas tirando, o intentando hacerlo.
Al encontrar el baño, me encontré también con dos mujeres besándose, tocándose apasionadamente,
como si nada, como si fuese algo normal. Las miré con desprecio. Una de ellas
dejó lo que estaba haciendo y se detuvo a mirar como las miraba. “¿Se te perdió
algo?”, preguntó. Le respondí con un puñetazo en el estómago. La otra mujer
comenzó a insultarme y a lanzar desatinados manotazos y le respondí cerrando la
puerta de golpe, haciendo crujir los finos dedos que habían alcanzado a
apoyarse en el marco. Gritaron pidiendo auxilio, creo, pero la música estaba
tan fuerte (la mano que descansaba sobre mi sien acaba de salir de ahí) y el
humo de la hierba sofocaba la visión a tal punto que era imposible reconocer a
alguien conocido estando separados por tan solo unos centímetros.
No se qué ocurre. La guitarra hawaiana desapareció junto con la mano sobre mi
sien. Mi boca aún llora. La superficie donde se encuentra apoyada mi cabeza se
mueve, se acomoda… creo que son piernas, suaves piernas. Intento lamerlas, lo
logro pero mi cabeza es bruscamente empujada y acomodada para mirar lo que creo
que es un techo. Pelo negro cae sobre mi cara, al parecer estoy apoyado sobre
las piernas de la misma chica con la que engañé a Alicia. Si tan solo pudiera
estirar más el cuello podría ver su rostro y salir de toda duda, pero hacerlo
sería un acto suicida, tal como fue el haberme sentado en ese horrendo sillón que
yacía en la sala de estar.
No recuerdo haberlo visto cuando entré, solo sé que al volver de mi fortuita cacería
de lesbianas estaba allí, esperando a ser ocupado por algún rezagado sin
compañía.
Me dejé caer, levantando un poco de polvo al estrellarme con el almohadón y seguí
bebiendo ron (reitero, creo y supongo que era ron). El panorama era el mismo: todos
haciendo cosas indebidas. Comencé a aburrirme y pensé en largarme, pero de la
nada una sombra se atravesó e intervino con la película porno de la que era espectador.
Traté de hacerle quite a la sombra para ver si el horrendo enano alcanzaba a
lamerle los senos a la zorra que había cazado, pero la sombra insistió en
quedarse quieta. Pensé en los puños, pero al restregarme los ojos y notar que
la sombra era una mujer, una mujer
aparentemente no lesbiana, decidí no insistir. “¿Qué tomas?”, preguntó. Le
respondí pasándole la botella. Tomó un sorbo y luego unos tragos. Se sentó a mi
lado y comenzó a platicarme (a gritarme) de su vida, de sus padres, del
colegio, de su ex pololo que la abandonó sin razón… Yo simplemente la miraba e
insultaba al mundo cuando terminaba de decir algo. Me preguntó si nos conocíamos de antes. Le dije
que al parecer sí, que su cara me era familiar. Sus ojos de color café oscuro,
muy oscuro me hipnotizaban, al igual que sus labios rojo intenso y su polera blanca
de NoFX. Estaba ebria, pegada, drogada; a ratos caían lágrimas por sus mejillas
cuando reía… ¡Cuando reía!
Jamás mencionó su nombre y si lo hizo no me acuerdo. Creo que sí lo hizo, pero
al parecer fue en el momento en que sacó de su bolsillo dos pequeñas tabletas
de color blanco, lo que atrajo mi completa atención. Se metió una de las tabletas a la boca y tomó un sorbo de la botella. Me dio
la otra a mí y yo sin pensarlo hice lo mismo que ella. ¿Qué malo podía pasar?
Había hecho cosas peores con mi organismo ¿En qué afectaría una puta tableta? Bueno,
la puta tableta me dejó así como estoy: casi inerte, apoyado en las suaves piernas
de una desconocida, mirando el techo de no sé qué cosa. Quizá sigo en el sillón,
pero las luces se mueven, desaparecen y reaparecen tras un corto lapso y el
rugido es constante, creo que estoy en un auto. Lloro por la boca tratando de
recordar, pero lo que recuerdo a continuación quizá nunca haya pasado… aún así
está pasando dentro de mi mente.
Maldita tableta.
“Me siento mal”, le dije en un momento a
la chica de pelo negro. Ella me abrazó. Comencé a ver cosas raras, la
gente se deformaba y todo daba vueltas. La chica se levantó y me tomó de la
mano. Prácticamente me arrastró a una pieza, me sentó en una cama y cerró la
puerta con pestillo. Hasta ese entonces ya había perdido la noción del tiempo.
La ampolleta estaba apagada, pero por la ventana se filtraba algo de luz lunar.
EL logo de NoFX de la polera estaba manchado de rojo (¿Sangre?) y la chica al
percatarse de que trataba de advertírselo se la quitó sin más. Me dejé caer en
la cama y cerré los ojos. Comencé a sentir sueño pero la chica se subió encima
de mí y el sueño se fue. Me besaba la panza y trataba de tomar mi mano, pero mi
cuerpo yacía casi inerte, de modo que esta caía y rebotaba contra el colchón.
Me quitó el polerón, la polera y al tratar de desabrochar la correa reaccioné y
la detuve. “Alicia, se llama Alicia”, murmuré con voz tosca y con un sabor
amargo en la garganta. “Lo sé”, me respondió.
“La amo”, dije tras unos segundos (minutos, horas, años) de silencio. “Entonces
abrázame fuerte y lárgate”, exclamó mirando hacia la ventana. “No puedo”, murmuré
a lo que respondió con cara de incertidumbre. “También te amo”, dije, como si
esas palabras hubiesen sido mi último aliento. Volví a cerrar los ojos. Sentí
que tomaba su polera y supuse que se la pondría para marcharse. Entonces de la
nada, como un impulso erróneamente incontrolable, me levanté y la retuve con
mis brazos, la arrojé a la cama y comencé a recorrer su abdomen con mis labios.
Su cuerpo se tensaba y su respiración se aceleraba cuando besaba un lugar
clave. “La amas a ella”, murmuraba con la voz débil y temblorosa. Yo me
mantenía en silencio. En mi interior sabía que no debía hacer lo que estaba a
punto de concretar. Percibía el dolor, las lágrimas, la ira y la desolación que
me esperaba al día siguiente pero sentía la necesidad de seguir, sentía que
podía encontrar algo hermoso después de hacerla llegar al orgasmo.
Le quité los pantalones y también me quité los míos. Solté su pelo y noté una
leve sonrisa y un gesto de placer en su rostro. Sus heladas manos recorrían mi
cuerpo y clavaba sus uñas en mi espalda y a pesar de que aquello me resultase
incomodo continuaba en mi trabajo de excitarla lo más posible. Nos quitamos
toda la ropa restante y acaricié sus redondos pechos con mis manos sudorosas.
Se levantó y se puso de rodillas en la cama. Nos besamos, nos tocamos apasionadamente,
como si nada, como si fuese algo normal. La tomé por la cintura y la miré a los
ojos, a los oscuros ojos color café. La besé por última vez y la penetré como
nunca se lo había hecho a nadie. Sus gemidos y los míos eran una mezcla
perfecta entre dolor y éxtasis, una mezcla que acariciaba la divinidad. Alicia
desapareció de mi mente durante todo ese lapso, la culpa, el dolor, los efectos
de la tableta y los malos presentimientos también, solo estaba ella, la chica
de pelo negro y ojos oscuros.
“Mi placer”, le dije cuando estábamos a punto de llegar al punto máximo. “¿Qué dices?”,
preguntó
“Eres mi placer culpable”, repetí, con énfasis. “¡Repítelo!”, exclamó. “¡Eres
mi placer culpable!”, dije casi gritando y a punto de terminar. “¡GRÍTALO!”
“¡¡ERES MI PLACER, MI PLACER CULPABLE!!”
Ambos terminamos sumergidos en una total satisfacción insatisfecha.
Y todo acabó. La habitación se volvió oscura y ninguno de los dos volvió a
hablar. Solo se percibían nuestros cuerpos exhaustos tratando de volver a la
normalidad.
De pronto un estruendo. Me levanté de golpe y me vestí. La chica de pelo negro solo
alcanzó a ponerse la ropa interior y la polera antes de que la ventana se rompiera
y las luces se encendieran. No lograba ver nada, la luz quemaba mis ojos y
cuando trataba de ponerme de pie mis piernas no respondían. Caí al suelo como
un inútil invalido y me arrastré hacia la puerta pero un tipo me bloqueó el paso
y tras un segundo de haber quedado con la mente en blanco pude sentir la punta de su bota hundirse en mi cabeza junto con otro golpe
más suave en el abdomen y antes de borrarme completamente pude ver el cuerpo de
Sebastián tirado en el suelo cerca del sillón donde conocí a la chica de pelo
negro.
Eso es todo. Me intriga saber lo que ocurre realmente. Estoy aquí botando sangre por la boca,
manchando de rojo las suaves piernas de una chica, escuchando un rugido
permanente, sin poder moverme ni respirar.
Le fui infiel a Alicia, creo. Me duele en el alma, me odio. Siendo sincero,
solo creo odiarme. Siendo más sincero, no lo sé.
Creo que me estoy muriendo, agonizando. Quizá esto nunca pasó y jugué contigo
todo el relato. Quizá estoy volviéndome loco.
No entiendo las cosas que recuerdo. No entiendo lo que sucederá ni mucho menos como terminaré. La verdad es que no entiendo nada de nada.