domingo, 14 de septiembre de 2014

Perdido en Valparaíso (Una historia real de supervivencia)

La garita donde quedé botado
Esto no se compara en nada con lo que escribo comúnmente, ni tampoco en la manera en que suelo redactar. Seré fiel a la historia real.
Me perdí en Valparaíso.
Esto ocurrió la noche del miércoles 10 de septiembre,  previa al mítico y controversial  11 de septiembre, día en que se conmemora el golpe de estado y en el cual siempre queda la cagá en las poblaciones populares, las tomas o en la periferia.
Estaba yo disfrutando de una peña organizada por la facultad de farmacia de la Universidad de Valparaíso  (carrera de la cual soy estudiante) y de repente me llamó Héctor, un viejo amigo quien me recordó que estaba cordialmente invitado a la peña organizada por su carrera y que me apurara. Me despedí de mis compañeros y caminé hacia el paradero a esperar una micro que me dejara en el centro, cerca de subida Cumming (ahí estaba esperándome Héctor en la casa de uno de sus compañeros). Me subí a la micro 703 ( o 706, no recuerdo) y cuando iba un poco antes de plaza Soto Mayor me llamó Héctor, nuevamente para decirme que me apurara. Le contesté que me faltaba poco.
De la nada el sueño me invadió. Quizá fueron los terremotos que me tomé sin haber comido nada más que un choripán o el hecho de que la noche anterior dormí apenas un par de horas, no lo sé con exactitud. Simplemente me sentí ebrio y me quedé raja.
Desperté de golpe al sentir gritos en el exterior de la micro y por darme cuenta de que me había quedado dormido. Miré por la ventana y vi una tropa de pacos del GOPE acorralados y luego sentí un balazo. Asustado me restregué los ojos y desperté completamente dándome cuenta de que estaba a la chucha del mundo y la micro seguía subiendo por un cerro desconocido. Miré hacia los demás asientos y supe que era el último weón que quedaba. Me dije a mí mismo: “tranquilo weon, aún es temprano lo único que tení que hacer es esperar que la micro culiá de la vuelta y por último le pagai el pasaje otra vez”.
De pronto el chofer dijo: “ya joven última parada, hasta acá llego yo”. Un poco extrañado de su tajante comentario le respondí: “¿Cómo? ¿Y no baja de nuevo al centro? Todavía es temprano”. A lo que él sentenció: “No, ni cagando. Está la cagá más abajo por lo del 11 de septiembre así que hasta acá no más te puedo dejar”.

Recuerdo haberle explicado que me había dormido y que no sabía dónde estaba que por último esperaba hasta más rato otra micro, pero su respuesta fue siempre negativa. Me bajé y antes de que entrara a la garita me dijo: “espérame aquí”. Saqué mi celular para saber donde cresta estaba y gracias a google maps descubrí que estaba lo que es a la conchatumare, pero el 3G se cortaba y no pude obtener más datos, ni siquiera el nombre del cerro. Le mandé un whatsapp a mi polola diciéndole que moriría. Al observar el marginal entorno en que me encontraba puse el teléfono en silencio y me lo escondí en la manga del polerón.
Al minuto volvió el chofer con unas chauchas, que no eran más de cien pesos. Y me dijo: “flaco, camina como 6 cuadras más abajo por allá por donde va doblando ese auto (apuntó una wea que estaba a la chucha) ahí pasan colectivos”. Me golpeó la espalda y cerró el portón de la garita. Y ahí quedé yo, todo cagado de miedo sin saber donde estaba y todavía medio curao.
Recordé las sabias palabras de personas que se habían perdido en Valpo: “si te pierdes en un cerro de Valpo, la mano es bajar no más, total siempre llegarás al plan”. Y eso hice.
Decidí bajar las 6 cuadras que me dijo el chofer para encontrar un colectivo, pero los terremotos me traicionaron una vez másy en un momento perdí la cuenta de las cuadras que llevaba bajando. Miré a mi alrededor y veía nada más que una muralla de tierra y pasajes. Entré a uno de ellos que al final daba con una oscura quebrada para intentar ubicarme. “Encontrando el mar, estoy al otro lado”, dije. Nunca encontré el mar. Solo veía cerros y más cerros además de la prominente quebrada que yacía en penumbras. Me devolví a la calle principal y seguí bajando.
De pronto a lo lejos vi una mujer con un coche entrando a una casa. No representaba un peligro si iba con un infante. Fui donde ella y al percatarme de que había dejado la puerta abierta  grité desde afuera (obviamente no iba a entrar, tampoco tan saco de wea).
“¿Quién busca?”, dijo saliendo por la puerta que había dejado abierta. Al verme exclamó: “¿y vo que querí?”. Le respondí amable y educadamente.
“Amiga, sabe que me quedé dormido en la micro y me perdí. ¿Me puede decir donde tomar colectivo por favor?”. En ese momento me di cuenta de que la tipa era una flaite culiá cualquiera ya que me respondió: “¡qué wea weón, no vís que estoy con la guagua, yo tengo marido weon oh!”. Pensé que el mencionado marido saldría con un fierro a sacarme la chucha así que me le pedí disculpas y me alejé tan rápido como pude evitando, eso sí, llamar la atención de dos tipos que caminaban por ahí.
Volví a la calle principal pensando en que quizá lo mejor era rendirme y esperar a que los animales salvajes me comieran vivo, pero por la misma calle, a lo lejos bajando el cerro, divisé a un hombre de unos cincuenta y tantos años que no parecía peligroso. Me acerqué a él con cautela y le dije: “Tío sabe que me quedé dormido en la micro y me perdí, no sé donde estoy ni tampoco sé cómo llegar al centro”. El compadre no me creyó al principio, lo que es lógico. Aparte yo andaba vestido como todo un delincuente, cosa que me jugaba en contra, supongo.
Después de varios intentos fallidos para convencerlo de mi versión y cuando descubrió que lo que buscaba no era asaltarlo me dijo: “ya flaco mira yo voy a dejar unos cigarros y ahí tomai colectivo”.
D:
Caminé junto a él unas cuadras mientras le relataba los sucesos acontecidos antes de que me acercara a pedirle ayuda. Poco a poco la confianza creció y él me contó que él estaba en un asado o algo así y que venía de comprar cigarros. Le pregunté donde estábamos a lo cual me respondió: “en la isla city, cerro San Roque”. Todo calzaba. Fue por eso que no veía el mar ya que el cerro San Roque queda camino a Santiago, y los cerros que vi desde la quebrada eran los que ya conocía pero por detrás.
Luego de un rato llegamos a la casa del ahora AMIGO, la cual también quedaba en los pasajes que colindan con la quebrada, de hecho era la última del pasaje, al borde del abismo. De la casa salió un montón de personas incluidos una señora, otro caballero y unos niños, todos preguntando quien chucha era yo. El señor les explicó mi historia, que al principio no me creyó pero que luego, cuando empecé a suplicarle supo que yo decía la verdad. Me preguntaron de donde venía y les respondí que desde Playa Ancha. Se cagaron de la risa y me webiaron un rato.
La señora propuso que bajara por la oscura quebrada, que si me encontraba con alguien le diera unas monedas pero que no me iba a pasar nada. Hubiese sido una gran idea si tan solo hubiese sabido por donde irme o si hubiese sido capaz de ver alguna wea en aquella oscuridad tan profunda, así que le pregunté si no había otra opción. Apunté el auto que yacía fuera de la casa, comentándole que podía pagarles. Me dijeron que no porque (cuento repetido) estaba la cagá con los pacos más abajo. La segunda opción fue que me fuera caminando y que ellos me miraban, cosa que no creí mucho pero al parecer era lo más acertado según su punto de vista. De pronto el caballero que se encontraba en la casa desde antes (bautizado desde ahora como caballero 2, dado que no les pregunté el nombre y si me lo dijeron no lo recuerdo) le dijo al caballero 1: “ya weon, acompañémoslo más abajo weon pa’ que pueda irse pa’ la casa po, pobre cabro”. Me miró a mí y me dijo: “yo tengo un cabro de tu edad y no me gustaría que anduviera en las mismas”. En ese momento me emocioné. Sentí que aquellos hombres ya eran como padres para mi, padres porteños, de cerro San Roque, de la isla city.
El caballero 2 fue abrigarse y emprendimos marcha cerro abajo. En el trayecto nos fuimos conversando de cosas que no recuerdo porque, como dije antes, aún iba medio copetiao. Bajamos muchas cuadras y cuando pasamos a la siguiente población (no sé si era otra, pero sí lucía diferente) luego de descender por una ruta muy empinada el Caballero 2 me dijo: “ya flaco, hasta acá no más te podemos dejar. Baja dos cuadras más y cuando encuentres una bifurcación metete siempre por la derecha, si te vai pa la izquierda te metí a las poblaciones y pa allá es más complicao”. A lo lejos divisé una señora que acomodaba neumáticos al medio de la calle (barricada). Le dije a los amigos: “¿seguro que no pueden bajar más? la vieja de ahí se ve media brigida”. A lo que uno de ellos respondió: “no no, hasta acá no más tenemos que volver a la casa luego. A esa vieja ni la mirí weon, pasa corriendo… ¡ya chao!”. Dicho esto uno de ellos me dio dos golpecitos en la espalda deseándome suerte. Baje caminando lo más rápido que pude, escuchando a mis espaldas “¡nosotros te miramos de acá!”. Justo antes de llegar a la barricada miré para ver si efectivamente me estaban vigilando pero iban a la chucha subiendo el cerro. No tuve cara para reclamar ni siquiera en mi mente ya que me habían salvado el culo de manera monumental.
Ni miré a la vieja culia, de hecho pase bastante lejos de su vereda pero de la nada me gritó: “¿quién soy vo culiao, erís sapo de los pacos acaso?” (Quizá escupió más garabatos pero supongo que mi mente reprimirá por siempre los detalles de ese momento). Antes de que pudiese decirle algo la vieja culia aggressor me apuntó con no sé qué cosa en lo que deduzco es mi cabeza. Creo que era una UZI porque tenía el mango largo –sea cual sea su nombre técnico supongo que todos saben a qué me refiero-  aunque pudo ser cualquier wea hechiza. Bueno, les dije a todos que fue una UZI así que así será.
Referencia de mi ubicación
Le dije a la vieja que me había dormido en la micro y que iba a esperar colectivo, que no era de ahí. Le costó un poco pero al final dejó de apuntarme y me dijo que me fuera y rápido. Sin darle muchas vueltas al asunto le hice caso y me fui rápido, casi cagándome. Llegué a la mencionada bifurcación, me fui por la derecha y pude divisar un colectivo que estaba dejando pasajeros. Corrí hacia él tan rápido como pude haciéndole señas pero el muy conchesumare se fue. Si me vio quizá se espantó porque andaba vestido como delincuente… creo que renovaré mi ropa. Aún así prefiero pensar que el weón no me vio.
Afortunadamente de un pasaje apareció otro. Me subí y le dije que no siguiera subiendo, que había una barricada y había una vieja culia armada. Se dio la vuelta y empezó a bajar el cerro agradeciéndome el aviso.  Le conté mi historia, le conté que me quedé dormido, le conté de la mina que dijo que tenía marido, de los caballeros salvadores y de la vieja de la barricada. Él me comentó que su vecina antes era rica y ahora tenía el poto flácido… típica conversación de colectiveros.
Llegué al plan y me llamó mi viejo amigo Héctor para preguntarme donde cresta andaba, le dije que estaba cerca. Nos encontramos, le conté mi historia y tomamos en subida ecuador.
En fin, sobreviví a quedarme dormido en la micro y estar completamente perdido. Ahora soy un hombre de verdad. Prometo que algún día volveré a la isla city a darles las gracias a aquellas personas que me ayudaron y me salvaron.
Moraleja: no se duerman en las micros y menos de noche, o por ultimo calculen el tiempo y pongan despertador.
 FIN.