jueves, 30 de abril de 2020

Puentes amarillos


Aquella época había llegado sin avisar. Debí saberlo, la verdad, lo sabía pero no presté atención y naturalmente me vi envuelto en ella. Pero este año es diferente pues siento todo tan ajeno: el viento, mi cuerpo, tú. Qué tramposa sensación la de despertar con sol veraniego y acostarme sin abrigo, sintiendo el frío y la humedad en el aire que me recuerda esas noches en que caminaba entre pasajes con nombres de constelaciones o esas mañanas de domingo después de la lluvia en que me devolvía a mi casa con tu olor impregnado en la nariz. Ahora en el techo resuena una solitaria gota de agua acumulada del rocío, mientras que en mi cabeza resuenan un montón de palabras que ansío poder repetir.
Son noches despejadas y en el horizonte puedo ver hasta donde se difuminan las luces rojas de esas chimeneas tóxicas en la costa. Son noches estrelladas como en el sur. Una vez un sujeto nos dijo que cuando uno quería a alguien tenía que mirar una estrella ya que estas sirven de puente para la unión. Y yo que miré tantas pensándote, ahora me desvelo buscándote en ellas.


febrero, 2020.

martes, 14 de abril de 2020

V A S E L I N A


No hay espejos para hacer
figuras en la pared,
pero tengo un ventanal
que refleja mi silueta.

Azul cielo se acabó,
sol de otoño es un infierno.
Lluvia de contradicción
sangra sobre el desconsuelo.

Porque temo hablar de ti,
que se me corte la voz.
Pobre, pobre corazón
que palpita una canción, 
con tristeza al escribir
versos en los que no estás,
tan dolido al descubrir,
tan amargo al saborear

el fin

Una historia en un papel,
vaselina por toda mi piel.
Me deshago con el mar,
gracias por las lágrimas.

jueves, 20 de febrero de 2020

Perfume de vos

¿Por qué será que uno frecuenta los tiempos pasados? Ni idea, pero que fortuna poder recordar a pesar de que ciertos episodios resulten somáticamente amargos. Allí tienen que estar. La balanza en equilibrio como decía la tía Adelina. A veces extraño cosas que nunca sucedieron o quizás sí pero en otro universo, quien sabe. 
Hace un par de días casi por azar, llamémoslo azar, volví a probar un perfume que usé en alguna época pasada, uno de aromas levemente cítricos y refrescantes que viene en una caja azul la cual intencionalmente resalta esas características. A mi mente abordaron imágenes difusas, muchas miles por segundo, por un segundo en verdad porque tan rápido como mi olfato se acostumbraba a aquel intenso aroma las imágenes se distorsionaban, fusionaban o desvanecían. Pero aquella sensación sí que es adictiva, así que me empapé el cuello y las muñecas dos o tres veces más para poder encontrar el recuerdo exacto que quería pero no pude. Solo me vi a mí mismo en el pasado, siendo otro, en la pieza de una casa antigua arreglándome para salir con ella a caminar por ahí. Intenté recordar dónde, cerré los ojos, los abrí, recorrí mi mapa mental de esos años, me agaché, pero mi búsqueda se perdió entre todas las tantas calles que alguna vez visitamos. Incluso si lo hubiese logrado, por más nítidas y fotográficas que fueran esas imágenes, los colores de aquellos años ya no existían más. Ya no estamos donde las papas queman sino donde se quemaron. Ojalá se hubiesen quemado más lento, quien sabe, quizás en otro universo. 

lunes, 6 de enero de 2020

Uno los dos

Fuera del bosque, más allá del horizonte delineado por los interminables bordes oscuros de las copas de los árboles contrapuestos con el ahora tinte rojizo del atardecer, el mundo que alguna vez conocimos se caía a pedazos cada vez más rápido. Nunca lo supimos hasta que unas cuantas cenizas se esparcieron sorpresivamente cayendo desde el cielo revoloteando por encima de nuestros cuerpos, adhiriéndose como sanguijuelas y opacando cada superficie, distrayéndonos de la contemplación por aquellas plantas esclerófilas que formaban parte del paisaje.
Ese día caminamos durante horas bajo el sol para llegar al bosque, parando de vez en cuando a descansar y ventilar el sudor que se acumulaba entre nuestras espaldas y las mochilas repletas de agua y comida que cargábamos o sencillamente para maravillarnos con alguna de las tantas aves que nos visitaban de forma efímera durante la travesía. Nos gustaba caminar hasta que se acabaran las rutas. Jamás nos detuvimos, incluso si dolían los pies. Caminábamos hasta desaparecer entre los lugares que ya nadie quería visitar, los que poco a poco resultaron demasiado corrientes y fueron desechados por el resto de las personas. Allí estábamos tú y yo rescatando la belleza, a veces implícita, de aquellos parajes olvidados. 

parque los pinos
Las horas pasaron tan rápido que no reparamos en el esfuerzo ni en los raspones y rasguños ocasionados por las puntiagudas ramas mientras nos hacíamos camino donde no había.
Tras sorprendernos con la lluvia de cenizas que ensombreció el arrebol en el cielo nos dimos cuenta de que apenas quedaban unos minutos de luz, sin embargo en vez de volver sobre nuestros pasos seguimos caminando hacia adelante esperando encontrar una salida. Bastó avanzar unos cuantos metros: subimos por una ladera, te sentaste en una roca, yo seguí de largo un poco más y todo quedó momentáneamente en penumbras. Recuerdo tu expresión de cansancio mientras te atabas los cordones de las zapatillas, a la espera de que te entregara una botella con agua. “Deberíamos volver ¿no crees?”¸ escuché de pronto. “Me da miedo caminar así”. Ya no podía verte, pero no necesitaba hacerlo para encontrarte. Me acerqué lentamente a tu roca tanteando con cuidado sobre el pedregoso terreno en el que estábamos y afirmándome de algunas ramas. “¿Estás cerca? No te veo”, murmuraste con ligero aire de tristeza. Me deslicé a tu lado y a pesar de estar a centímetros de distancia seguía sin poder distinguir tu silueta la cual yacía disuelta entre miles de sombras. Alcé mis manos confiando en el instinto y logré tocar tus mejillas. Besaste mis nudillos y suspiraste. Estábamos tan cerca respirando los aires que exhalaba el otro que decidí recorrer con delicadeza cada contorno y pliegue de tu cuerpo con mis manos sucias de tierra, lo conocía tan bien que pude verte con mi tacto. Estiré mis labios hacia los tuyos, tú lo hiciste al mismo tiempo y torpemente en medio de la oscuridad nos besamos. Ni las hojas secas pegadas en nuestro pelo, ni el canto incesante de los grillos, ni el olor a humo cada vez más espeso nos distrajo de ese íntimo instante. De pronto, tal y como se revela una fotografía, tu rostro comenzó a aflorar en medio de la oscuridad, mucho antes que nuestros ojos se acostumbrasen a ella. Tu piel morena, aromas seductores y el brillo incesante de tus ojos era todo lo que necesitaba, nada más, incluso ante todo lo que estaba por suceder.

La luz cálida que iluminaba tus rasgos y los míos venía desde lejos quemando con rabia los árboles y transformando el refrescante perfume de los boldos en aire áspero y caliente. Nos levantamos y corrimos desesperados hacia todas las direcciones posibles pero el fuego nos rodeaba, no había escape. Tan pronto como nunca imaginamos nuestros cuerpos terminarían abrasados despiadadamente como todo el bosque.
¿Qué hacemos? Vamos a morir acá, no debimos venir hoy”, exclamaste. Inútilmente intentamos apagar las llamas que ardían frente a nosotros y a pesar de que lo logramos tras ellas se acercaban más y más como si de olas se tratara. Maldecimos, gritamos al cielo entre llantos. Nunca pensamos que aquel día terminaría así, pero los nunca ocurren y sorprenden y los siempre en algún momento dejan de ocurrir. Dejamos nuestras mochilas a la deriva y nos abrazamos tan fuerte como pudimos con los ojos cerrados, siendo uno los dos, esperando lo inevitable. La temperatura subía tan rápido que nos agotábamos de solo pensar pero inesperadamente, cuando ya el fuego estaba casi encima de nosotros y el aire nos quemaba los pulmones, el tiempo se detuvo. 
Allí estábamos tú y yo otra vez caminando por veredas olvidadas una tarde soleada de abril después de una larga espera, recorriendo lugares que nunca imaginé conocer y nada hubiese sido tan sorprendente de no ser por tu compañía. Nos besábamos infinita y tímidamente, nuestras manos se rozaban y nuestros dedos se amarraban. Reíamos y conversábamos hasta que ya no había de que conversar. Te recuerdo así, con el pelo al viento sentada en una banca rodeada de flores, con la felicidad brotando por los poros, con tu cabeza apoyada en las manos cuidando la perfección de tu sonrisa, escondiendo ese diente que tanto te incomodaba mientras esperabas con ansias que te tomara una foto.
Abrimos los ojos y entre lágrimas me dijiste que me amabas. Te besé por última vez antes de desvanecernos en el fuego y hacernos parte del aire.



Así como vuelve a brotar el bosque con más fuerza desde las cenizas, hoy vuelvo a soñar que en medio de la densa oscuridad de las noches puedo alcanzarte, tocar tu cara con mis manos y de alguna forma ser uno los dos otra vez.





Para Carolina Andrea.