miércoles, 24 de julio de 2019

Viernes


Aquella intersección que siempre incitó a dejarme llevar, a sentir un poco menos de amargura dentro del asfalto, aquella en la que todos los viernes iniciaba el ritual de la caminata nocturna por los laberintos de Valparaíso esa noche parecía distinta. “Quizás no debo estar acá”, pensé. A veces uno ignora el instinto pensando que no lo es todo. “Lo único que existe es lo real, lo que no ves no lo creas” me decía un amigo y tenía razón solo a ratos, porque el instinto sigue siendo real dentro de nosotros. Pero, ¿qué malo podía pasar? ¿Me iban a asaltar? ¿Me iba agarrar la yuta otra vez? ¿Iba a perder el equilibrio estando al borde de una quebrada? ¿A caso me iba a perder? Todos esos miedos ya habían sido superados con el transcurso de tantas caminatas, así que como siempre, solo me permití fluir.
Entonces caminamos por las estrechas y cochinas veredas de la ciudad puerto. Cuatro metros reducidos a la mitad por el comercio callejero. Ellos solo quieren trabajar para sobrevivir. Yo solo quiero avanzar sin molestar a nadie pero tal parece que caminar nunca estuvo contemplado como un acto natural y común cuando hicieron las calles. Solo parábamos para remojar la garganta con cerveza fría en puntos específicos, siempre atentos al ojo vigilante, atentos a todo, pero en mi interior había algo haciendo corto circuito. Quise estar allí pero no pude, quise sentir la misma libertad de siempre pero se me hizo imposible. Tenía miedo, como nunca tenía miedo y el miedo te detiene, te desafía y como tal lo afronté e intenté superarlo con una larga caminata por la avenida Alemania hasta llegar a un paraje donde había estado el viernes pasado, para mostrar a mis amigos una hermosa vista del puerto, otro ángulo, uno nunca antes visto y que quizás nunca quiera volver a ver.
Las desiertas calles de más arriba donde el bullicio del plan es imperceptible y solo encuentras gente bajando a lo mismo que nosotros íbamos subiendo, cobijaron mi cuerpo del frío y motivaron el deseo de expulsar miles de pensamientos. “Soy un simple espectador”. Era viernes y se notaba en la atmósfera, las personas bajaban de los colectivos con bolsas llenas de comida, copete y algún otro artilugio. “Hoy vendrá el compadre pa’ la casa hay que esperarlo con algo”, creía leer en sus ojos.
Todo se veía tan brillante y hermoso, encandilado. Una noche más de invierno despejado. “Otro viernes más en una casa más de Valparaíso” pensé cuando pasamos por fuera de una vivienda de la cual brotaba música y olor a carne asada. Esa noche solo queríamos buscar postales y yo quería caminar mientras esperaba algo que nunca ocurriría. Estábamos tan solos apoyados en las barandas de una escalera inhóspita contemplando el paisaje que ni los perros ladraban. Pero esa misma noche en otro lugar de la misma ciudad algo estaba ocurriendo: una idea se desataba y un alma se contaminaba sin saberlo aun. “Solo era cosa de esperar”.
¿Qué habrán mirado esos ojos mientras los míos se perdían en las infinitos puntos de luz esperando una respuesta? ¿Habrás recordado aquella vez? ¿Se habrá erizado tu piel al sentirlo?
"Hay canciones que se llevan algo de uno cuando terminan", decía Melero.